domingo, 19 de octubre de 2008

Ojos que no ven



Lo más característico de la vida moderna no era su crueldad ni su inseguridad, sino sencillamente su vaciedad, su absoluta falta de contenido.

(George Orwell, 1984)


Cada vez tenemos más cacharros a nuestra disposición (gadgets, que dirían los geeks más irredentos). Se supone que nos hacen la vida más fácil, pero lo cierto es que, bajo mi humilde punto de vista, lo único que suponen es un medio de control de masas que no tiene parangón en la historia de la sociedad humana. Ni siquiera Orwell en su profético 1984 llegó a imaginar las consecuencias de una red de espionaje de tal calibre.

En cambio, Dan Simmons sí, en su magnífica Hyperion, primera parte de esa obra magna que luego se ha denominado los Cantos de Hyperion. Advierto que a partir de aquí la entrada rezuma spoilers.

Para no extenderme demasiado, diremos que, desde el principio de la novela, vemos que todos los protagonistas, sin importar en qué mundo o en qué tiempo se hallen, portan unos cacharros llamados comlogs, con los que pueden acceder a todo, desde la dirección de alguien, a la hora en tal o cual planeta, o el tiempo que va a hacer, o leer libros, o llamar a alguien, o enviarle algo, o insertarse en una realidad virtual que simula tal o cual acontecimiento histórico, o bajarse un libro para imprimirlo cómodamente en casita… ¿les suena? Desde luego, todos los cacharritos de nueva generación que nos rodean mientras intentan ser clones bastardos del iPhone. Lo interesante de la novela es que todo se hace a través de la Esfera de Datos (una suerte de Internet mucho más evolucionada), y que, como se sospecha desde bastante pronto, ésta está controlada por las inteligencias artificiales del Tecnonúcleo, cuya localización desconocen tanto humanos como éxters. Más adelante, este dato será de vital importancia para la guerra que acaba estallando entre todas las razas sentientes de la galaxia.

Este panorama, que ahora nos parece de perogrullo y totalmente carente de imaginación, era un pensamiento muy avanzado en la época en la que escribió la novela, en 1988, cuando ni Internet ni los dispositivos móviles estaban en el inconsciente colectivo. De hecho, ni siquiera los frikis de entonces estábamos muy seguros de que alguna vez fuera a darse un escenario que ni siquiera se acercara a lo que Simmons intentaba colarnos. Pero ya están aquí. Posicionándonos en todo momento, sabiendo a quién llamamos o qué nos descargamos, analizando nuestros gustos, escudriñando nuestros intereses… poniendo cercas al campo de la privacidad humana. Quizá esto tenga que ser así, y no hay más remedio. Estamos abocados a la Singularidad, tal y como la sociedad decimonónica tenía que acabar sustituyendo las calesas por coches de forma inevitable.

Lo que a mí me preocupa es que el Tecnonúcleo estaba agazapado justo ahí, en los haces de transmisión, entre las llamadas y las consultas de datos, los foros y las votaciones. Sólo esperaba el momento de atacar, de cortar todas las comunicaciones y dejar aislada la sociedad humana.

Sólo es un pensamiento.

2 comentarios:

Alfonso Mererlo dijo...

Ummm, eso que temes es lo que se llama cyber terrorismo ¿no? Dependemos tanto de las comunicaciones que el privarnos de internet sería un descalabro total.

Anónimo dijo...

Sacto... y me temo que eso es sólo la punta del iceberg.